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10.07.2009

Masiva asistencia al funeral conjunto convocado por los Obispos vascos

Convocado por los obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria, hoy a las doce del mediodía se ha celebrado en la catedral Nueva de Vitoria el funeral por los 14 sacerdotes fusilados en Gipuzkoa por quienes resultaron vencedores de la Guerra Civil en los años 1936 y 1937: Martín Lecuona Echabeguren, Gervasio Albizu Vidaur, José Adarraga Larburu, José Ariztimuño Olaso, José Sagarna Uriarte, Alejandro Mendicute Liceaga, José Otano Míguelez (claretiano), José Joaquín Arín Oyarzabal, Leonardo Guridi Arrázola, José Marquiegui Olazábal, José Ignacio Peñagaricano Solozabal, Celestino Onaindía Zuloaga, Jorge Iturricastillo Aranzabal y Román de San José Urtiaga Elezburu (carmelita), han sido recordados en este funeral presidido por el obispo de Vitoria, mons. Miguel Asurmendi, acompañado por el de Bilbao, mons. Ricardo Blázquez; San Sebastián, mons. Juan María Uriarte; el auxiliar de Bilbao, mons. Mario Iceta, el obispo de Arecibo, mons. Iñaki Mallona y los obispos dimisionarios de Los Ríos, mons. Jesús Ramón Martínez de Ezquerecocha y de San Sebastián, mons. José María Setien. A continuación reproducimos íntegramente el texto de la homilía elaborada conjuntamente por los obispos de Bilbao, San Sebastián y Vitoria y pronunciada por monseñor Asurmendi:


    Queridos hermanos Obispos, sacerdotes y religiosos de los presbiterios de las Diócesis de Bilbao, San Sebastián y Vitoria, familiares de los sacerdotes por quienes celebramos esta Misa funeral, religiosas y laicos de nuestras iglesias; hermanos y hermanas en Jesucristo, el Señor muerto y resucitado.
Nuestra celebración
    Estamos reunidos hoy en el nombre del Señor, en esta Iglesia Catedral María Inmaculada de Vitoria, para vivir juntos un acto de justicia reparadora y reconciliadora. En esta celebración de la Eucaristía, memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor, venimos a purificar  la memoria de unos acontecimientos dolorosos de nuestro pasado social y eclesial, unos hechos envueltos por el silencio durante mucho tiempo, pero nunca abandonados al olvido.
Elizkizun honetarako deia egitean esan genuenez, urte asko pasatu dira gerratik hona. Min handiak eta zauri ikaragarriak eragin ziren gertakizun latz hartan. Hainbat lagun hil ziren bai frontean eta bai mendekuen ondorenez, alderdi batak edo besteak eraginda.
[Como recordábamos hace unos días, al convocar este acto, han pasado más de siete décadas desde la trágica ruptura de la convivencia por la guerra civil. Aquella contienda provocó numerosos muertos,  no sólo en los frentes de combate, sino también por las ejecuciones de  represaliados y encarcelados por uno y otro bando contendientes.]
     Las comunidades eclesiales de Alava, Guipuzcoa y Vizcaya, integradas entonces en la única Diócesis de Vitoria, vivieron en su propia carne pérdidas irreparables. A numerosos laicos, religiosos y presbíteros, víctimas de odios y rencores, les fue arrebatada violentamente la vida. En esta celebración nuestra memoria se abre conjuntamente a todos ellos, aunque hoy avivemos especialmente el recuerdo de un grupo concreto.
      Entre julio de 1936 y junio de 1937 más de setenta sacerdotes y religiosos fueron ejecutados, dentro de la Diócesis de Vitoria, en los territorios controlados por uno y otro bando. Una parte de ellos, concretamente 14 presbíteros -doce sacerdotes diocesanos de Vitoria, un Misionero Claretiano y un Carmelita descalzo- fueron ejecutados por quienes finalmente vencieron en la contienda  Estos no contaron en su día con una celebración pública de exequias y durante años sus nombres fueron relegados al silencio. (Al comenzar esta celebración se nos ha ofrecido una breve reseña acerca de sus personas.) Hoy queremos recordarlos de forma especial y orar juntamente por ellos y por todos, como servidores que fueron de una misma Iglesia y miembros de un mismo presbiterio diocesano.
La luz de la Palabra de Dios
Apocalipsis 6, 7-11  
     La Palabra de Dios proclamada en la primera lectura, tomada del libro del Apocalipsis, nos ha presentado en una descripción simbólica el desvelar del cuarto y el quinto sello del libro. El Cordero, símbolo de Cristo vencedor de la muerte, va abriendo los sellos. Al abrir uno surge la visión del jinete que representa la muerte violenta; al abrir el otro aparecen bajo el altar los que claman justicia por su sangre derramada. A ellos se les dice: Aguardad hasta que se complete el número de vuestros compañeros. Y más adelante entrarán a formar parte de la multitud innumerable de todo pueblo, de toda raza y lengua, que se presenta ante el trono de Dios purificada por la sangre de Cristo. 

     Para  comprender mejor el mensaje de esta lectura es conveniente situarla en el contexto general del libro sagrado al que pertenece.
     El libro del Apocalipsis contiene un mensaje dirigido a las primeras comunidades cristianas que viven el conflicto entre la fidelidad al Evangelio que podría conducirlas hasta el martirio y la tentación de su acomodación a la vida social del imperio romano.
   Anuncia a los creyentes la victoria de Dios y de su Cristo como una realidad históricamente perceptible por la fe en el acontecimiento Pascual: Cristo vence sobre la muerte y las potencias de este mundo.

Apokalipsi liburu osoa da kristau elkarteari egindako dei bizia, mundu honetan argi ibiltzeko eta zuhur jokatzeko. Orduko gizartean eroso eta patxada onean bizi zirenak bizkortu nahi ditu. Fededunak bizimodu berri bat agertu behar du gizartean, Ebanjelioak mundu berri bat eskatzen baitu, Jainkoaren neurrira egina.
[Todo el libro del Apocalipsis constituye una llamada acuciante a la comunidad cristiana, para actuar con lucidez y sensatez. Quiere estimular a quienes vivían tranquilos y acomodados en aquella sociedad de su tiempo. El creyente ha de mostrar un estilo de vida renovado en medio de la sociedad, ya que el Evangelio demanda un mundo nuevo, conforme al plan de Dios.]
Juan 15,18-21
      En la proclamación de la lectura del Evangelio según San Juan hemos escuchado una parte del diálogo que Jesús mantiene con sus discípulos en la última cena.
     Jesús ha venido al mundo para dar a conocer el amor del Padre, extenderlo entre los hombres e iniciar la comunidad de los que se aman. Sin embargo, Jesús anuncia para sus seguidores la misma suerte que corrió Él: serán odiados y perseguidos por el mundo.
    Los discípulos han sido elegidos por Jesús; pertenecen al Padre y a Él, no son del mundo. Su forma de vivir ha de ser como la de Jesús una denuncia del mundo, de sus criterios y sus estructuras, por eso el mundo los rechaza. Lo mismo le ocurrió a Jesús, y “Ningún servidor es más que su Señor”.

Purificar la memoria. Servir a la verdad. Pedir perdón
   La Palabra de Dios que hemos escuchado ilumina nuestra vida, nos ayuda a contemplar con nueva luz el pasado y a situarnos adecuadamente, como discípulos de Jesús, en el tiempo presente.
   Como manifestamos hace unos días, al convocar esta celebración, deseamos prestar un servicio a la verdad, que es uno de los pilares básicos para construir la justicia, la paz y la reconciliación. El Papa Benedicto XVI, al comienzo de su Encíclica Caritas in veritate, manifiesta: “defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad”.
   No queremos reabrir heridas, sino ayudar a curarlas o a aliviarlas. Queremos contribuir a la dignificación de quienes han sido olvidados o excluidos y a mitigar el dolor de sus familiares y allegados. Queremos pedir perdón e invitar a perdonar.

    El Papa Juan Pablo II instruyó a toda la Iglesia acerca de la necesidad de purificar la memoria (Incarnationis mysterium 11).
   Decía concretamente:
     “La purificación de la memoria pide a todos un acto de valentía y humildad para reconocer las faltas cometidas por quienes han llevado y llevan el nombre de cristianos.”
  Y subrayaba la solidaridad eclesial con el pasado:
      “Por el vínculo que nos une a unos y otros en el mismo Cuerpo místico, y aún sin tener responsabilidad personal ni eludir el juicio de Dios, el único que conoce los corazones, somos portadores del peso de los errores y de las culpas de quienes nos han precedido.”

    No conocemos con detalle las dolorosas circunstancias que envolvieron la muerte de todos los sacerdotes que hoy recordamos y por los que pedimos. Ciertamente aquellas muertes eran injustificables incluso en circunstancias tan oscuras como las de aquel momento.
 Apaiz lagun eta eliztar askok argi eta garbi esan zutenez, apaiz lanetan zintzo zebiltzanean harrapatu zituzten eta hil. Eliz artaldearen zerbitzariak ziren; egoera konplikatu hartako premiei erantzuten ahalegindu ziren. Ondo ere ondo ezagutzen dugu On Mateo Mujika gotzainak haien alde esandakoa. Agintariek Gasteizetik alde egitera behartu ondoren, handik bederatzi urtera, banan-banan gogoratu zituen gotzainak apaiz haien izenak gutun ireki batean.
[El testimonio de muchos de sus feligreses y compañeros sacerdotes pone de relieve que fueron apresados cuando ejercían su ministerio sacerdotal con dedicación y entrega al pueblo a ellos encomendado, esforzándose por responder a las necesidades de aquella complicada situación. Conocemos también el valioso testimonio a su favor de D. Mateo Múgica, entonces Obispo de Vitoria, obligado por los gobernantes al exilio, quien nueve años después de las ejecuciones recuerda en una Carta abierta a cada uno de aquellos sacerdotes y religiosos.]
    En el Boletín Oficial de la Diócesis (del 15 octubre de 1936) sólo consta el fallecimiento de los dos primeros sacerdotes que fueron fusilados antes de la salida forzosa del Obispo diocesano. Más tarde se extendió sobre todos ellos un lamentable silencio de largos años.
    El recuerdo de estos sacerdotes no ha caído nunca en el olvido ni por parte de sus familiares, ni de los feligreses de sus parroquias, ni de los presbiterios diocesanos y órdenes religiosas a los que pertenecían.
    Pero no es justificable, ni aceptable por más tiempo, el silencio que en los medios oficiales de nuestra Iglesia ha envuelto la muerte de estos sacerdotes. Por ello este acto de hoy tiene una dimensión de reparación y reconocimiento, de servicio a la verdad para purificar la memoria. Creemos que tan largo silencio no ha sido sólo una omisión indebida, sino también una falta a la verdad, contra la justicia y la caridad. Por ello, con humildad, pedimos perdón a Dios y a nuestros hermanos.
     Siguiendo el ejemplo de Jesús que en la cruz invocaba al Padre diciendo “perdónales porque no saben lo que hacen”, nos atrevemos también a pedir perdón, incluso en nombre de nuestros hermanos sacerdotes, para quienes les quitaron injustamente la vida.
     Reconciliados con Dios y con los hombres, podremos ser mensajeros de la reconciliación que Jesucristo ha confiado a su Iglesia en medio del mundo.
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   Dios Padre de bondad realiza ahora algo nuevo entre nosotros. En el amor que perdona, anticipa ya los cielos nuevos y la tierra nueva, en que habita su justicia. Al rememorar los dolorosos efectos de aquella contienda que nunca debió producirse, nuestra mirada está también puesta en el futuro. Pedimos a Dios que conceda a nuestra sociedad la luz y la fuerza necesarias para rechazar siempre la violencia como medio de resolución de las diferencias y conflictos.
    Jainkoak indar dezala gure sinesmena; sendo dezala gure itxaropena; bultza dezala gure maitasuna, mundu berri baten alde joka dezagun, zuzentasunaren eta bakearen bideetatik.
    Aldara gainean, Jesusek bere neurrigabeko maitasuna agertzen digu, gizon-emakume guztien alde bere bizia eskainiz. Bera dugu zuzengabekeriaz hildako gizon zuzena. Berak eskuratzen digu Jainkoaren errukia. Bere zauriak sendatzen gaituzte.
[ Que Dios robustezca nuestra fe, acreciente nuestra esperanza y haga cada vez más activa la caridad, para que vivamos un renovado compromiso de testimonio cristiano en la construcción de un mundo más justo y en paz.. 
   Sobre nuestro altar, Jesucristo actualiza la entrega de su propia vida por amor a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Él es el Justo injustamente sacrificado. Él nos acerca la misericordia de Dios. Sus heridas nos curan. ]
     Nuestra Eucaristía es hoy acción de gracias y alabanza a Dios Padre que nos ofrece el perdón y la misericordia sin límites; por Jesucristo su Hijo, que vence el poder del odio y de la muerte, y resucita para la salvación de los seres humanos; en el Espíritu Santo, que derrama en nuestros corazones el amor de Dios y nos ofrece la vida nueva, la reconciliación y la paz.